Por Guilherme Werneck

Hace un tiempo, nuestro “paisaje cultural”, nuestros intereses, gustos, lo que elegimos ver o escuchar, está automatizado en lugar de ser producto de nuestras experiencias, historia previa y círculos sociales. Los algoritmos no sólo coinciden con nuestros gustos, sino que los moldean e influyen en ellos. Podemos decir incluso que hoy día determinan nuestras elecciones más que nuestra conciencia.

¿Por qué entre los miles de programas, series y películas disponibles en las plataformas de streaming hay tanta gente que acaba viendo el mismo programa? La respuesta a esta pregunta es sencilla: ¡un algoritmo! Un programa informático que hace recomendaciones personalizadas a partir de nuestros datos y los de otros usuarios.

Para hacer frente a tantas opciones, estos servicios utilizan algoritmos para guiar nuestra atención, organizar y dirigir el contenido para mantenernos activos en la plataforma, a través de la máxima personalización posible. Pero este algoritmo también puede hacer que perdamos procesos de transformación cultural que de otra forma se habrían producido, ya que las categorías utilizadas para etiquetar la cultura en los géneros siempre han sido importantes, pero nunca habían adquirido tanto poder como con el streaming.

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Clasificando nuestros gustos

Las posibilidades del streaming han inspirado lo que podríamos llamar una nueva “imaginación clasificatoria”: una forma de describir cómo ver el mundo a través de géneros y etiquetas que ayuda a dar forma a nuestras propias identidades y sentido del lugar que ocupamos en el mundo. Estas categorías hiperespecíficas se crean y almacenan en metadatos –códigos entre bastidores que sirven de apoyo a las plataformas y son la base de las recomendaciones personalizadas- y, consecuentemente, ayudan a decidir lo que consumimos. Si pensamos en Netflix como un vasto archivo de televisión y cine, la forma en que se organiza mediante metadatos decide lo que descubrimos en él.

En Netflix, las miles de categorías van desde géneros cinematográficos familiares como el terror, el documental y el romance, hasta el hiperespecífico “películas extranjeras extravagantes de los años 70”. La página de inicio personalizada utiliza algoritmos para ofrecer ciertas categorías de género, como programas específicos. Dado que la mayor parte se encuentra en los metadatos, es posible que no seamos conscientes de las categorías que se nos sirven.

Un buen ejemplo de la manera en la que todo ello da forma a las tendencias es la serie coreana “El Juego del Calamar”, el nuevo fenómeno de Netflix, que se ha convertido en el mayor estreno de la plataforma con 111 millones de espectadores que han visto al menos dos minutos de un episodio (métrica para contabilizar un visionado). Mientras que “El Juego del Calamar” está etiquetada con los géneros “coreano, thrillers televisivos, drama” para las audiencias, hay miles de categorías más específicas en los metadatos de Netflix que están dando forma a nuestro consumo.

De hecho, es muy posible que la forma de tener un gran lanzamiento se deba en parte a la promoción algorítmica de contenidos muy vistos. Su éxito es un ejemplo de cómo los algoritmos pueden reforzar lo que ya es popular. Al igual que en las redes sociales, una vez que una tendencia comienza a “ponerse de moda” los algoritmos pueden dirigir aún más la atención hacia ella, las categorizaciones de Netflix también lo hacen, diciéndonos qué programas son tendencia o populares en nuestra zona y, por lo tanto, acrecentando aún más su visionado.

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¿Quién tiene realmente el control?

Como consumidores de medios de comunicación, no se sabe exactamente a qué nos enfrentamos ni cómo funcionan estos algoritmos, pero deberíamos considerar algunas consecuencias potenciales de la imaginación selectiva y clasificatoria.

Lo cierto es que la clasificación de la cultura puede excluirnos de ciertas categorías o voces –algo limitante y perjudicial- como cuando se difunde información falsa o sesgada en las redes sociales. También se da el caso de que nuestras conexiones sociales están moldeadas en gran medida por la cultura que consumimos, por lo que esta “categorización” puede afectar en última instancia a las personas con las que nos relacionamos.

Los aspectos positivos son obvios e innumerables: las recomendaciones personalizadas de Netflix y Spotify nos permiten encontrar exactamente lo que nos gusta en muy alta escala y variedad. Sin embargo, el avance de esta tecnología también nos deja algunas preguntas que resolver: ¿hasta qué punto decidimos lo que consumimos? ¿Acabarán teniendo más peso los algoritmos que nuestras propias decisiones?

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